jueves, 12 de diciembre de 2013

Los guaches no sobreviven

En cada ciudad, incluso en esta sin nombre, perdida en medio de las montañas, la paz y la armonía eran mantenidas por el héroe local; un ser, humano o no, con habilidades que nadie más tiene en el lugar y que lo hace único e irrepetible entre sus paisanos. Esta ciudad, envuelta entre nubes grises, bañada por una intermintente lluvia, mezclada con el polvo, la tierra y el mugre del ambiente, sufría todo el tiempo, desde su fundación, el problema de tener todo el tiempo la ropa sucia. El héroe de la ciudad, un tipo alto, musculoso, con un traje verdoso, ceñido al cuerpo, pero siempre sucio, tenía el poder de ser insensible al dolor y, además, poseía una fuerza capaz de levantar una casa hecha de ladrillos sin respirar y sin sudar. Allí, en esa ciudad sucia y húmeda, nació el héroe destinado por las estrellas a la gloria, la fama, la admiración, la buena vida, a luchar contra el enemigo mayor, morir, renacer por la fuerza de su voluntad, vencer y acabar en un beso apasionado con la mujer bella y perfecta de la ciudad. Créditos finales y una música de orquesta. Trabajaba de siete a cinco, de lunes a jueves, dejando las mercancias que llegaban semanalmente a la ciudad para ser vendidas en el mercado. Los viernes y sábados, araba los campos de papas y zanahorias, propiedad de su padrino político, a las afueras de la ciudad. Los domingos, paseaba solo por la calle, mirando con anhelo las finas tortas y helados que vendían en la calle central. Llegaba a su pieza por la tarde, pasado el almuerzo, se quitaba el traje y se acostaba en el colchón mientras el sonido de las lavadoras del edificio ronroneaban hasta hacerlo dormir. Sus veintisiete años, la mitad de ellos los había pasado formándose como un héroe justo y valiente, habían llegado lentos y mortificantes; veintisiete años sufriendo diariamente con el enemigo eterno, atacante de todo lo puro y representación más tangible de la maldad: el mugre. Quién se iba a imaginar que en la única, o quizá no, ciudad a la que no llegaban los dinosaurios gigantes mutantes, los robots alienígenas, los científicos locos o los homicidas despiadados, quién diría, quién diría, que nacería un héroe con el poder para detenerlos pero sin la necesidad de ello. Desde una perspectiva así, él ya había perdido la batalla decisiva de su historia. El tren sonó con su típico pitido, y de él bajaron miles de cientos de personas, buscando unas sus maletas, otras buscando a quien las recogería, otras yendo decidídas a la salida para luego tomar un taxi. Luego de un rato, ya la estación vacía solo contenía dentro a un grupo de gente disperso y distante; uno de ellos, traje roto y desecho, sonrisa en el rostro, cabello hacia atrás, bigote largo y delgado...avanzó, midiendo cada uno de sus pasos, y, antes de salir hacia la lluvia de la calle, con un aplauso y un meneo de la cabeza, sacó el mugre, secó y planchó la ropa, todavía puesta, del guarda de la estación. Todos se congregaron alrededor de aquel puesto, de letrero grande y vistoso que colocó el extraño bigotudo: ‹La maravilla del sabio de Macedonia, el último de los judíos de Amsterdam, el más fabuloso de los nasciancenos: Martín Guaché›. Con un espectáculo digno de un circo, Martín bailaba aplaudiendo y meneando la cabeza frente a jovencitas de bellos pechos, ancianos con trajes elegantes y oficiales de la ley, aunque a veces incluía a uno que otro individuo de la prole. Cada vez que aplaudía y zarandeaba su cabeza, la suciedad, el agua y las arrugas desaparecían de la ropa de la gente. Por fin, después de mucho tiempo, dinero gastados en buscar la forma de mantenerse presentables a cada instante, los habitantes de aquella ciudad lloraban al ver en tal estado de pulcritud a los que le daban una moneda de mil, o un billete de dos mil dependiendo del tiempo que quisieran que durara el efecto, al extraño danzarín de la limpieza. Había llegado el héroe que esta ciudad tanto, tanto, había necesitado. Pasaron los días, las semanas y los meses, y lo que antes fue un evento callejero, ahora era un pequeño local, donde por un pago semanal (o diario si solo eso se podía) podían mantener sus ropas limpias y ordenadas mientras andaban por el clima pesado de la ciudad. Poco a poco, lo que antes fue algo que sufrían todos por igual y que los hacía iguales ante los ojos del ambiente, ahora era algo que solo debían soportar los que no pudieran, o no quisieran, porque siempre hay un viejo desadaptado al que no le gusta el cambio, pagar el 'impuesto a la limpieza', como ya habían apodado al pago por los servicios de Martín Guaché. Antes, estar sucios y desarreglados, por más que las madres se esforzaran por limpiar a sus hijos, era lo normal, casi que una regla inquebrantable. Ahora, una oleada de discriminación social invadió la mente de los ciudadanos y aquel que no estuviera limpio era considerado como lo más bajo de la sociedad moderna, civilizada, culta, intelectual y, por sobre todo, higiénica y pulcra. Llegó a tal punto todo eso que se comenzó a impedir la entrada a ciertos lugares cuando el estado de la ropa no era el mejor y el más limpio. Eran felices, eso se debe decir, los que tenían dinero para pagarle a Martín Guaché. Pero el descontento iba creciendo, y ahora el único problema de los pobres no era lidiar con el mugre, sino lidiar con los que los rechazaban por andar sucios, porque les pagaran menos que a los limpios, porque no tenían dinero para estar limpios, porque ya no les vendían alimentos a los sucios y un juego a nivel de ciudad entre limpios y sucios. Entre toda esta situación, que llegó de imprevisto y para la que nadie estaría preparado, no había quién hiciera algo para remediar esto, pues los que podían hacerlo eran lo que estaban limpios y ellos no se iban a preocupar por lo que le pasara a alguien sucio y mugriento. Nadie. Nadie. Nadie. -Yo sí. Ah, verdad, perdónenme ustedes, olvidaba que había un alguien, vestido en un traje verde y sucio, que podía remediar tal situación. Se había preparado toda la vida para ese momento. Por fin, llegaba un enemigo al que combatir, que era tangible, que era capaz de derrotar, que existía, que no era mugre. El héroe, el primero, levantó la cabeza de su colchón y se levantó, con una expresión decidida, lo había soñado como en una revelación divina, esta era su oportunidad de ganarse lo que merecía. Se colocó su traje, se calzó unas botas y salió atravezando la pared de su cuarto que daba hacia la calle. Caminó con pasos firmes, intrépido, mientras la gente lo miraba, extrados. Después de unos cuantos minutos, quizá una hora, llegó al edificio enorme que había construido al tiempo de llegar, Martín Guaché. Entró, a la fuerza, pues para entrar a ese edificio se debía estar limpio, aunque allí fuese donde se debía ir a pagar el impuesto a la limpieza. Pasó sobre un par de guardas de seguridad, que dispararon al cuerpo del gigante sin hacerle, al parecer, nada. Subió los veinte pisos, dejando en cada uno de ellos un rastro de destrucción incomparable, hasta llegar al último de ellos. -Límpieme esta, Guache. -¡¡Ayuda!! Los restos y la sangre estaban esparcidos por las paredes y la alfombra, la silla giratoria de cuero donde minutos antes había estado sentado el Señor Martín Guaché ahora era una pila de basura sin forma. Nuestro héroe de verde había destruido el gran ventanal que tenía la oficina del otro y gritaba a pleno pulmón su proclama de libertad y el acto que acababa de efectuar, había librado a la ciudad del peor mal que la había azotado. Sirenas. -¡Jonatan Sanchez, quédese donde está. Está arrestado por el asesinato de Martín Guaché! Un grupo de policías le apuntaban con sus armas mientras él los miraba entre aterrado y confuso. Decidió colaborar con la justicia e ir sin colocar problemas. Igual, todo debía ser un malentendido. Desde la cárcel, Jonatan miraba el desfile televisado en honor a Martín Guaché, héroe de la ciudad. La ciudad había mandado construir una estatua en bronce para la plaza principal. La comunidad católica lo beatifico y uno de los días del mes de mayo estaría bajo su cuidado desde el cielo. Se le colocaron todos los títulos y condecoraciones que pudieron inventar y, para colmar todo, doscientoveinte niños, y algunas niñas también, fueron registrados y bautizados bajo el nombre de Martín Guaché.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Segor

Das...das...das...Camina. Das...das...das...Camina. El polvo tiembla ante cada paso, lento, lento. Camina. Un camino largo y un calor exagerado, un calor de un sol cubierto por nubes densas que no permiten el paso de la luz. Camina. Ruge a lo lejos la máquina potente, a la espera, siempre a la espera, del motivo de su nacimiento. No camina. Camina. La tenue capa de aire oscura inhibe la visibilidad, dejando a tientas a quien anda por sus terrenos. Camina. No se oye más que el constante burrún burrún, hostigado por la antigüedad, la condición más normal en la nueva era, y la única posible; se escucha, además, el insesante viento recogedor de tierra. Vuela. La sombra que está debajo se mueve irregular mientras avanza hacia el lugar ordenado. Jadea. Tres meses que son segundos frente a los que siguen. Arriba. Su~, agarra su sombrero y cubre su cara con la capa, la tierra vuela, peligro. Gira. El camino va de horizonte a horizonte, siempre recto, siempre igual. Camina. La máquina quieta, en su lugar, pero siempre constante, temblando hasta su muerte. Tiembla. La noche solo se conoce por su temperatura, la luz sigue igual, el viento sigue igual, todos siguen igual. Camina. Mira. Quieto. Las nubes se abren, el viento cesa. Camina. Camina. Camina camina camina camina camina camina camina camina camina. Un zumbido se escucha, fuerte, penetrante, tenebroso. Camina. Nada peor. Devolverse o continuar, ambas igual de calamitosas. Gira. El camino es largo, pero se acerca a casa. Avanza. Acomoda su equipaje bajo el cuero que lo cubre y lo afirma contra su cuerpo. Camina. No hay precio para lo que carga, su única utilidad es mantener lo que siempre ha sido igual, se rige absoluto por un orden preciso en las acciones, no se atreven a cambiar. Camina. El zumbido vuelve, no hay mucho por hacer; está en medio de la nada, está en medio del continuo movimiento estático que es la realidad. Se deteniene. Extraño es ver caminar por el campo la voluntad del vivo; ya no hay nada que respire. Avanza. El zumbido se hace más fuerte y se combina con la constante vibración de la máquina lejana; lejana, olvidada, inmortal. Camina. El viento vuelve a revolotear, llevándose todo lo que no tiene firmeza y es volátil. Suspira. Detenerse no es más una opción, es resignarse, es tener la decisión de no seguir. Camina. Lejos, lejos, lejos, poco a poco se ve una silueta deformada por el tiempo, silueta inmóvil que declara que allí está, que siempre estará; su lugar, su historia. Jadea. El agujero en el cielo no deja a la luz encontrar un camino, está bloqueado por el cúmulo de motivos del mundo. Agarra. Sus manos están temblorosas, en un irregular movimiento contra su propia razón, no hay forma de controlarlas, móviles y salvajes. Cae. Ahora, sus piernas, el impulso de un futuro previsto. Tiembla. Su cuerpo no responde; los sentidos, lo único que funciona. Levantarse. Esfuerzo es lo único que se puede tener en lo hostil del campo abierto. Jadea. Ruido feroz viene desde el cielo, ya todo está explicado, no es sobrenatural, es solo el destino. Se detiene. Apoyado con sus manos, alza la mirada y recorre los grumos celestes en busca de un apoyo. Recostado. Poco a poco se van viendo las profecías modernas y solo resta pensar el final y preguntarse sobre lo siguiente. Mira. Gira su cuerpo, con el pecho hacia las alturas y toma con fuerza su paquete. Abraza. No iba a suceder nada; el cambio no venía con él, el cambio venía desde algo más fuerte, más poderoso, más grande, más siniestro; el cambio viene del cielo. Jadea. Abre su contenido y las hojas pardas llenas de garabatos para el ignorante mensajero comienzan a moverse al ritmo de un viento que le grita qué hacer. Levantarse, caminar, huir. Tiene en cuenta su vida, no hay más allá que su ciudad, silenciosa y eterna. Parpadea. Por una acción todo se acaba; se siente culpable por no ver todo con resignación y por desentenderse de la realidad. Llora. Abre los ojos y mira cómo la luz se ha vuelto más fuerte, más potente, al igual que la enorme estrella que la produce. Se levanta. La perdición está a la vista de todos sus compatriotas; nadie lo recriminará pues nadie sabrá de él ni de su final. Camina. Su camino ya no es el mismo, las montañas se ven adelante y poco a poco la luz vuelve a su habitual espectro. Corre. Su cuerpo vuelve a funcionar en plenitud y no hay qué lo detenga; quiere girar y ver la culminación de un pueblo, su máximo logro. Huye. El polvo viene por su espalda llevado por la furiosa corriente de aire que produce un objeto al caer contra el suelo. Escucha. El sonido no tardó, ensordeciendolo, dejándolo en un silencio diferente, una saturación de sí mismo. Gira. Fuego, rocas y polvo. Avanza. Adelante dirán lo sucedido, pero no estará para escucharlo, su final está en medio de ese campo de tierra eterna. Avanza. Las montañas se mantienen quietas, inmóviles, para siempre en el mismo lugar, pero que a cada paso se alejan a mayor distancia. Gira. Al final, su lugar no estaba muy lejos. Duda. Ya no hay nada, fue la decisión correcta, morir como cobarde nadie podría decírselo, pues nadie se acordará de él. Cae. La máquina se escucha a lo lejos, impasible a lo que sucede a su alrededor. Pestañea. Cierra sus ojos y se dedica a escuchar el sonido sinfín que extendió la hora de su muerte. Esculca. Deja volar los papeles de su bolsa y los oye volar en un aleteo inquieto; un fuego enorme se acerca y los carboniza en segundos. Duerme.

viernes, 9 de agosto de 2013

La fuente y mi Tía

El parque de la fuente, la única zona verde del sector, ubicado sobre la Calle Doce y saltando de cuadra en cuadra, siendo, más bien, un grupo de parquecitos con un parque central que le da el nombre. En ese parque, como ya lo esperarán, hay una fuente. No tiene agua, porque se volvió algo insalubre debido a los repetidos baños de los indigentes y la acumulación de basuras; también está llena de rayones de pintura, denominado arte callejero, que le da un toque con aires de realismo mágico pero sin la magia y mostrando una realidad demasiado específica, que a nadie más que al que escribe le importa. Pero esta fuente no es una fuente cualquiera, concede deseos. Sisisisisí, es en serio, y no tiene porque irse porque lo que les cuento es la verdad porque me pasó. Bueno, historias de fuentes que conceden deseos hay miles y deben existir desde que existen las mismas fuentes o pozos. Iba yo caminando por la acera del dichoso parque, dejando volar, en contra de mi voluntad, mi imaginación. Pensaba entonces cómo una moto podría arrancarme la cabeza y dejarla pintada en la pared, como si fuera otro grafitti, a causa de un perro sin correa que atravezara la calle cuando un conductor estuviera regañando a su hijo en el asiento trasero del carro, dejando de ver al frente por un instante. Cuando se diera cuenta del perro, frenaría súbitamente y esquivaría al can, girando la trompa del Renault noventa grados a la izquierda y chocando con un bus de transporte público. Segundos después del impacto y debido a la física, una señora de tamaño mayor del promedio saldría arrastrada por la inercia de ella, volando por todo el bus y atravezando el cristal que no había logrado pasar el mantenimiento, pero con unos cuantos billetes ya lo lograba. Pasó entonces la señora y estrelló a un motociclista que esquivaba de milagro el choque. Al tipo se lo llevó con ella la vieja pero la moto chocó con el Renault y saltó por sobre él en una voltereta mortal hacia adelante. Cuando cae en el suelo, rebotaría para volver a saltar con la fuerza suficiente para recorrer toda la distancia que separa al accidente de mi cabeza. Nada me salvaría porque no me habría dado cuenta que todo eso pasó por estar pensando en que eso podría pasar, pero dada la improbabilidad, no giraría mi cabeza ni en un millón de años. Giré mi cabeza...y no había nada. Ese es uno de los problemas de ser un paranóico, el no poder dormir bien. Pero como iba diciendo, camina por el parque cuando sonó mi celular. Como alguien que no duerme bien comienza a tener ciertas manías, yo no podía caminar, hablar por celular, pensar en cómo la antena del teléfono atraería una corriente de aire con nubes y un rayo me mataría de repente y comer chicle, me senté en el borde de la fuente, cercana para mi conviencia. Terminó mi llamada, boté el chicle, encendí un Pielroja con un fósforo, arrojé el fósforo a la fuente y me quedé un rato ahí. En ese momento, por un breve lapso de tiempo, mi mente dejó de pensar en las infinitas maneras de morir, que bien pondrían en ridículo a un buen estadista igual de imaginativo, y el deseo de que una de esas situaciones dejara mi mente y pasara en la realidad rondó por uno o dos minutos. Me acabé el cigarro y me dirigía la estación donde esperaba el bus. Me faltaban cincuenta pesos. ¿Alguno sabe qué es que a uno le falten cincuenta pesos para el bus, que no lo llevan a uno así le falte esa monedita; tener que irse a pie hasta la casa (como unas cincuenta cuadras), llegar y que le digan que se le murió a uno la tía en un accidente? Hecho estaba yo cuando me dijeron que la cuchita (que era toda buena persona, porque me compraba mis píldoras) la había cogido una antena de televisión satelital cerca de la Doce. La antena le cayó encima de la cabeza, matándola sin sufrir, decían en la casa. Nadie había ido entonces fuí yo, después de un regaño; lo que me dijeron los policías era que la antena había sido mal instalada y, como andaba floja, una cometa enredada la jaló y se cayó. ¿Cómo una pita de cometa podía ser jalada tan fuerte para botar la antena? Pues, es que no había sido solo eso. Yo tengo mi hipótesis y la comprobé a los poquitos días. Pasaba yo por el Parque de la Fuente, cuando vi que todo alrededor estaba chamuscado; eso, fue mi culpa. El fósforo debió haber encendido la basura de la fuente; por eso a uno le dicen que tengan cuidado con esas vainas, menos mal cuando llegaron los bomberos apagaron esa vaina. Bueno, en ese momento que pasaba, escuché a un indigente diciéndole a otro "Me robé ese estintor pero pailaas voyme caigo y se va esa mierda roando y le da aun man en cicla". Que coincidencia. Más abajo, un grupo de mamás, amas de casa, escuchaba como una con el cabello café y un delantal rojo relataba que por ir a salvar al niño que lo atropelló una bicicleta la olla express se recalentó por dejarla al fuego mucho tiempo. Cuando volvió, un hueco 'bien grandecito' estaba en el techo. "Dizque rompió hasta la teja". El grupo se disolvió al rato cuando vieron que las escuchaba. Seguí a la que hablaba sin que lo notara; cuando llegué a la fachada del apartamento, estaban haciendo reparaciones en el cableado eléctrico. Una teja, de aquellas que son una lata metálica ("de zín", decía mi abuelo) resbaló y cortó el cable, que andaba débil por falta de mantenimiento. Bonita cadena de eventos. Para rematar eso, se había enredado con un árbolito que crecía cerca, "bañado en agua bendita, porque no se incendió". Aún así, era agosto. Bueno, y ¿qué tiene que fuera agosto?, pues que en agosto ventéa más; cuando ventéa los niños sacan la cometa tipo "chulo" y tratan de volarla. Pues bueno, como los parques que forman el conjunto de zonas verdes del Parque "La Fuente" tenía buen espacio, ahí vuelan cometas. Uno de estos papalotes de tela se enredó con el árbol un poco antes que el cable. Tras muchos intentos infructuosos, la cometa terminó enredándose en la antena antes mencionada. El cable de electricidad se enredó, tensando el tronco del árbol para un lado; el viento sopló y movió el árbol aún más fuerte; el hilo de la cometa jaló la antena y mi tía murió sin dejarme para las pastas del otro mes. Qué demalas mi tía, pero no solo dije que había sido mi culpa por el fósforo y a esto va la historia de la fuente, por eso digo que es una hipótesis, al menos desde esta parte. Cuando fuí a coger el bus, me faltaban cincuenta pesos. Antes, había estado hablando por celular en el borde de la fuente. Momentos después fumé, y para ello saqué mi paquete de cigarrillos, momento en el cual, por bolsillos anchos y holgados, mi moneda de cincuenta pesos cayó en la fuente sin agua. Por mi mente pasó el deseo, de que mis fantasías mataran. Ay, esa fuente sí es mágica.

viernes, 2 de agosto de 2013

Oro para los pobres (ancianos)

- ¡Dios mío, Por qué rompen el piso! -Vamos a encontrar oro, mija. Aquel que tenía una pica era uno de los ancianos del centro de reposo "La Colina", acompañado de dos de sus amistades. La muchacha que estaba mirándolos con cara aterrada era la cuidadora del grupo ocho, Lucero; una joven amable con los viejitos y bastante querida por ellos, ya había estado con el grupo unos cuantos años y la trataban como una nieta un poco inquieta que les daba medicina, comida y entretenimiento. 'La Colina' -centro asistencial para adultos de la tercera edad-, era uno de esos lugares donde ancianos con una cantidad de dinero decente pero sin mucho que hacer eran internados por sus familias, cansados de tenerlos rondando como muertos vivientes (o próximos muertos) en sus casas. En La Colina, les suministraban la atención necesaria para que subsistieran cómodamente, dependiendo de la suma pagada por los hijos, nietos, sobrinos o esposas, donde les daban tres veces por día alimento principal y dos veces por día algún refrigerio. Tampoco faltaban los juegos de mesa, la televisión con cable, bebidas sin alcohol, la medicina que cada quien necesitara y uno que otro capricho que pidieran los ancianos, en la medida de lo posible. Aún con todo eso, la vida a esa edad pocas veces puede llenarse completamente por lo que usualmente repetían sus acciones con una rutinaria disciplina. Menos el grupo que ahora se disponía a romper el suelo del salón principal con el propósito de encontrar un tesoro indígena o pirata o militar o del dueño fundador de La Colina, muerto hace ya sesenta años. Lucero, o Lucy para algunos, en su propia incapacidad frente a tal situación, dudaba entre llamar al gerente o detener al trío sonriente que rompía unas baldosas bastante finas y que databan del siglo pasado. Otro grupo de ancianos, acostumbrados ya a las bobadas que hacían frecuentemente esos tres, colocó sillas plegables cerca para oir bien el regaño que les darían cuando semejante cosa fuera reportada. De todas maneras, no había mucho que el gerente pudiera hacer más que regañarlos, mandar un recibo a los respectivos responsables y olvidarse de eso. El grupo ocho, aparte de tener a esos tres viejecitos, tenía a otros tres dentro de su círculo, pero ellos estaban fuera del centro por motivos varios. El trío faltante a veces participaba de las aventuras de los cazatesoros, algunas veces no. Lucero, ya dicho antes, cuidaba de este grupo desde su entrada a La Colina, con los grupos ya conformados desde antes. Costábale un poco adaptarse e incluso no tuvo permitida la entrada a las habitaciones hasta pasados unos meses, tras el trabajo arduo de la joven. En los años que venían corriendo, había sido testigo de acciones más extrañas por parte de ese grupo, desde la intención de formar una logia intelectual hasta el tomar el centro como fortaleza para combatir a los turcos que venían de oriente; en algunas ocasiones fue incluida en el imaginario protagonista de los ancianos y resultaba sosteniendo un periódico enrollado finamente a manera de lanza, destruyendo troles y goblins, ante la mirada sorprendida de los otros ancianos, la mirada acusativa de su jefe y la mirada desaprovante de sus colegas. Lo cierto, antes que cualquier juzgamiento, es que ella la pasaba bien con aquel grupo de ancianos seniles desde cierta mirada, pero vivos y jóvenes desde la de ella. Absorta en el piqueteo continuo seguido por otro desde diferente ángulo, se quedó pensativa en la razón de aquellos viejitos para hacer tales cosas. Si no era por aburrimiento, lo cual no sería extraño, ¿habría alguna razón más para tal actividad? Dudó en preguntar, quedándose con la palabra en la boca cuando se decidió a hacerlo, pues el grupo se dispersó rápidamente cuando vieron acercarse al gerente. -¡Oiga Lucero, no ve lo que hace el grupo a su cuidado o qué! -S-sí señor, ya mismo se lo iba a reportar. -Ya mismo ni que nada. Usted siempre los deja hacer lo que quiera y hasta les sigue el jueguito. ¡Dele vergüenza! Y sí, vergüenza le daba, con la cabeza agachada mirando al suelo roto, pensaba en cómo un grupo de ancianos la pasaba mejor que ella. "Supongo que se lo ganaron después de trabajar toda la vida". El regaño seguía, cada vez más reprochante y lo único que la cuidadora podía hacer era asentir y decir "Perdón" y "Discúlpeme" reiteradamente. Llegó el momento en que la presión subió lo suficiente para que una lágrima saliera del ojo izquierda de Lucero. Alzó la cabeza involuntariamente con los ojos hacia el cielo y se escurrió la lagrimita, a lo que el gerente respondió como una súplica inconciente para que se detuviera. Así lo hizo y se fue a su oficina, a llenar más papeleo. Los tres ancianos miraban desde la ventana de uno de los pisos superiores, habiendo captado cada palabra pronunciada por el gerente del lugar. Un apretujón en las entrañas pasó al tiempo en los tres cuando Lucero abrió los ojos, aguados, y los observó languidamente para luego sonreirles y decir "No se preocupen" quedamente. Ellos no escucharon físicamente las palabras, solo vieron los labios rosados moverse, pero escucharon la voz tan claramente como si hubiera sido un susurro en sus oidos. El grupo de las sillas se contenía para no reirse en voz alta. Lucero les llevó la comida, pero esta vez no se quedó con ellos a charlar como hacía usualmente, debía presentarse en la oficina gerencial. Esa cena fue bastante silenciosa, aun cuando los planes para seguir picando no habían caido de las mentes de los viejos. -Pero... -Pero nada, Lucecita va a entender. Por la noche, hasta que fue la hora usual en que se acostaban, el piqueteo del patio no dejó que las noticias en los televisores cercanos sonaran como era deseado. Por la mañana, por la tarde, duró bastante tiempo el piqueteo constante, causando muchas molestias en los demás ancianos; el area en el que picaban los del grupo ocho no era precisamente central ni muy importante, pero era bastante usual que alguna actividad se hiciera cerca, por lo que todos los ancianos estaban cerca del lugar en algún momento del día. Eso sumado a la rutina, practicamente les impedía realizar cualquier cosa con tranquilidad. Las quejas se hicieron venir y esa noche Lucero tampoco cenó con ellos. La propuesta de expulsar a los ancianos fue pasada multiples veces, pero eso era una situación que el dinero con el que contaban los tres, administrado por sus familias pero al fin de cuentas de ellos, era un impedimento para que fuera aceptada la solicitud. La siguiente noche tampoco vino Lucero, ni siquiera para el almuerzo. Cuando los otros tres del grupo ocho, los que estaban de vacaciones, regresaron, no encontraron a Lucero por ningún lado. Preguntaron a los tres ancianos mineros, pero no recibieron respuesta. Lucero miraba el periódico, la sección de clasificados laborales últimamente era su favorita. Por más que quería culpar al trío de viejecitos, no podía. No quería pensar en eso. Llevaba ya dos meses sin trabajo, subsistiendo con los ahorros que tenía para la casita que quería y del dinero que le dieron al despedirla. Aún así, comiendo dos veces al día y gastando dinero solo en el periódico y en cigarrillos, el dinero se agotaba más rápido de lo que creyó. Debió mudarse a un apartamento un poco más económico e incluso eso supuso un nuevo gasto. El siguiente mes amortiguó los gastos vendiendo algunos muebles y una que otra joya. Encontrar trabajo para alguien que en su adultez solo había trabajado cuidando ancianos no era fácil. No recibía visitas pues no conocía a muchas personas y cuando lo hacía, ya había dado la dirección de su nueva residencia, era bastante extraño. Cuando timbraron fue a la entrada, desganada, y miró por la pequeña ventanita del portón. Un repartidor de correo frente a lo que parecía ser el camión de envíos. -Sí, buenas. -¿La señorita Lucero Midira? -Sí, con ella. -Firme acá, por favor. ¡Fercho, baje el paquete! Muchas gracias. El repartidor bajó la enorme caja con bastante esfuerzo y, aunque Lucero les ofreció jugo, se fueron. Sin poder mover la caja lejos de la entrada, fue a su habitación por un bisturí y destapó la caja envuelta en mucha cinta café. Dentro, otra caja pero de madera gruesa. Terminó de romper la caja de cartón y en la puertica del cajón de madera había una nota escrita con tinta azul, a la antigua. "Todo esto es suyo, mijita, perdónenos por hacerla hechar". Treinta kilos en monedas de oro y muchos billetes actuales. La noticia central de ese día era la caida en los precios del carbón en cierta zona de la costa, la siguiente página acababa con la información y abajo, en la esquina izquierda, como una pequeña columna que no ocupaba mucho espacio: "Tres ancianos se suicidan en el centro de reposo La Colina. Sus cuerpos fueron encontrados la mañana del xx de xx, con una cuerda alrededor del cuello y atada a una de las vigas de su habitación. La policía investiga si fue un asesinato." Lucero recordó a los tres del grupo ocho y los años que pasó cuidándolos, aún así, no lloró.

viernes, 19 de julio de 2013

Kutururú

Mírenlos, ingénuos e incautos. No valoran sus propias vidas. Ni siquiera tienen orgullo. Parecen borregos siguiendo a la manada sin pensar por ellos mismos. Van de allá para acá y del lado al otro, buscando comida incluso en la basura. Cosas tan poco dignas, pero que encajan en la imagen de esas sucias ratas. Nada como yo, que soy un bonito petirrojo. En fin... ¡Míren a esa!, olfateando alrededor de aquella flor, sin saber que es venenosa. Pequeña estúpida, jajajaja, y aparte de todo, da una vuelta, se aleja de ahí, y vuelve al rato a mirar de nuevo la flor. Si tan solo supiera lo que yo sé, y pudiera ver desde arriba todas esas cosas que me sacan de la ignorancia, esas cosas que me permiten verla a ella, a la rata, y burlarme. Después de un árduo día, hambriento, el señor ratón emprendía su regreso a su madriguera. Contemplaba las cosas a su alrededor con parsimonía en su andar, deteniéndose a momentos, yendo a mirar algo más y luego volviendo. Así duró unos minutos hasta que, pasando cerca de un lago, pensó: "Podría bañarme y luego secarme bajo la luz del sol, y ya que hace tan lindo día y hay un pajarillo cantando, no habrá nada mejor". Kutururú, cantaba el ave desde un árbol cercano, en trinos sonoros que alegraban el ambiente. Jajajajajajaja, ¡se va a ahogar la rata! Jajajajajajajaja, ¡Mírenla, mírenla, mete una pata y la saca como si se asustara del agua!, jajajajajajaja. No puedo creer que sea tan estúpida. Si fuera yo, habría metido mi cabeza y la sacudiría, para refrescarme. Luego, habría volado sobre el lago y me arrojaría en picada; cuando estuviera cerca, tocaría el agua con mis pies, para lavarlos, y luego seguiría mi vuelo hermoso por el cielo; pero como ese pedazo de bestia no puede ver las cosas desde aquí, ni ha tenido el placer de volar como yo... Jajajajajajajaja, ¡ahora mete su cuerpo! Jajajajajaja, ¡se va a ahogar! ¡Se va a ahogar! Después de haber comprobado si la temperatura era ideal, el Señor Ratón sumergió todo su cuerpo en el agua, disfrutando cómo el agua peinaba su pelaje y lo dejaba liso y brillante. Salía, luego de un rato, a tomar aire y daba vueltas salpicando gotas por todos lados, gozando como nunca de esos momentos de diversión. Volviose a sumergir y vio pececillos danzando con gracia, lo cual lo colocó de un humor aún mejor que el anterior. Cuando sacó nuevamente la cabeza, quedó flotando, y mirando al cielo veía las nubes con formas tan graciosas (patos con sombrero, Mariposas comiendo miel, Pajarillos de ocho cabezas...) que lo hicieron desternillarse de risa. Kutururú, cantaba el pajarito que estaba en el árbol; ambos, ratón y ave, acompasados. Yo ya decía que se iba a morir, mírenlo, ahí, quieto, flotando. Como para que viniera una de esas serpientes de agua y zuam, se lo zampara de un solo bocado. Si fuera como yo, tan hábil, abría saltado, como dicen que hacen los delfines del mar, hundiéndome y volviendo a salir volando en el aire. Pero esa sucia rata... ¡Ah, está viva! Jajajaja, que lástima, qué lástima...¿Saliéndose del agua? Debería quedarse ahí, a ver si se le va el mugre del pelo y de la boca y de las patas y de la cola. Pero qué más se puede pedir de alguien que vive en la suciedad, jajaja. El agua que se sacude debe estar saliendo cochina como ninguna. ¡Ajajajajajajajajaaja! ¿Ven lo que viene? ¿Lo ven, lo ven? ¡Un gato! Se lo va a comer... ¡Se lo va a comer! Y yo estoy aquí para verlo. Se prepara. ¡Saltó! Ya agotado, después de haber disfrutado un refrescante baño, el Señor Ratón salió del lago y se sacudió las gotas que aún quedaban en su cuerpo. Después de terminar, y reir un poco por la sensación que le causó agitarse de tal manera, quedo mirando hacia el árbol donde estaba el pajarito cantando con su Kutururú, Kutururú; algo curioso ocurría, pues se movían las hojas de manera violenta y desde arriba hacia abajo, de derecha a izquierda. Depronto, y sin que el pajarito cantor se diera cuenta, una serpiente abrió su boca sin detener su paso. El pajarito dejó de cantar y se fue retorciendo, tratando de liberarse de la engullida del reptil. Eso fue lo último que vio el Señor Ratón, que quedó igual que el Señor Pájaro.

viernes, 12 de julio de 2013

Stellita, dónde estás...

Stella miraba las lucecitas coloreadas con tonos claros. Le gustaba mucho mucho verlas, en especial cuando flotaban cerca de ella y trataba de atraparlas con sus manitas, pero no podía. A Stella le fascinaba mucho, mucho, quedarse de noche cerca de su escuela y pasearse por los alrededores, donde las florecitas y las estrellitas jugaban con ella hasta que se cansaba y se dormía. Por las mañanas, cuando abría los ojos y miraba hacia el cielo, se encontraba en su cuarto, rodeada por muchas cobijitas suaves y esponjosas, de color rosado, azul, verde, amarillo... A Stella le gustaban mucho mucho las cosas lindas y suaves y esponjosas y tiernas, por eso tenía un ratoncito de mirada tranquila y ojitos redondos. Ella lo consentía mucho y le daba de comer pequeños trocitos de comida, que el roía poquito a poquito y ella cantaba canciones con una voz hermosa y dulce como los alfajores que comía frecuentemente; le gustaban mucho mucho. En su escuela, Stella, era querida por todos toditos los que la conocían, porque es muy buena niña y siempre tiene una sonrisa de oreja a oreja. Repartía todo su amor y amistad en cada uno de los seres que tenía alrededor, los señores profesores, sus queridos amigos, sus apreciados compañeros, los lindos animalitos y las señoras plantas; todos todos toditos recibían su cariño, todos por igual y sin que le faltara a nadie. Por eso, en su pueblo todos la conocían y cuando venía gritaban a coro, con voz musical: "Ahí viene Stella, ahí viene Stella" y salían a recibirla entre gritos. A Stella esto no le molestaba, porque sentía que todos reconocían lo que hacía por ellos, por eso, nadie le decía nada por jugar en los campos de la escuela hasta tarde por la noche. Todos los trabajadores campesinos que pasaban por allí cuando el sol ya comenzaba a ocultarse y en sus casas les esperaba una taza de té y un trozo de pastel, la miraban con ojos ilusionados recordando la niñez y como Stella, Stellita, ahora era la niña de todos, era parte de todos. Por eso, Stella jugaba y jugaba y seguía jugando hasta que caía rendida entre las miles de florecitas que la consentían con sus pétalos en la cara. Aún así, había veces en las que Stella no se despertaba a la hora que debía y llegaba tarde a la escuela, donde el profesor la regañaba y todos reían por lo bajo, mientras que aún con la sonrisa de oreja a oreja se hacía la apenada y sus mejillas se ponían del color de las fresas. Y ella solo se disculpaba, se sentaba en su puesto y silbaba cancioncillas de tiempos pasados, cuando todo era mejor. Así pasaba sus días en la escuela, jugando con todos sus amigos y gastándoles bromitas, con las que todos se reían y gritaban con coros de ángeles "¡Stella, Stella, tú siempre tan inquieta!". Al salir de estudiar, cuando todos ya debían irse a sus casas a merendar y hacer sus tareas, Stella se quedaba sola en el pueblo, atrapando mariposas de colores brillantes que paseaban por allí y revoloteaban por la iglesia, por el parque enfrente de esta, por la casa del alcalde, por la calle principal (larga, larga, y bordeada a cada lado por casitas de colores festivos) hasta subir por la colina, donde estaba el cementerio (Stellita corría, miedosa, cuando pasaba), y luego la escuela, donde, bajando por el otro lado de la colina, quedaba la casa de Stella, muy grande y bonita, aunque muy antigua, una casita de tiempos pasados, donde todos eran aún más felices. Así era este pueblo, muy tranquilo y pacífico, donde todos se conocían entre ellos y todos eran familia de todos. Por eso, a Stella lo que menos le gustaba era que alguien se fuera del pueblo, pues la ponía muy triste. Entonces, cuando alguien se tenía que ir (y no avisaba a nadie), porque estaba enfermo o para visitar a su familia o un amigo de otro lejano pueblo, Stella, con lágrimas en los ojos, reunía a todo el pueblo a base de gritos, y todos salían y corrían tras ella, tratando de detenerla para que dejara ir a el que se iba, pero ella corría más rápido y alcanzaba a su padre, a su tío, a su hermano, a su abuela o a su prima y la abrazaba, llorando, preguntándole por qué se iba, que la llevara a ella también, que mejor no se fuera, para que todos siguieran siendo felices. Entonces, esa persona que no alcanzaba a dar un paso fuera del pueblo, miraba con ternura a Stellita y le acariciaba la cabeza, le mostraba una sonrisa y se devolvía a su hogar, entre los gritos de júbilo de todos, que celebraban comiendo juntos en la casa del que debía partir, pero no lo hizo. Solo eso no le gustaba a Stella, eso y los extranjeros, por alguna razón, cada vez que llegaba uno lo miraba de lejos y lo seguía, escondiéndose cuando trataba de mirar hacia atrás. Nadie en el pueblo podía hablarle al extranjero, ni venderle la papa, el maíz, la carne que pudiera necesitar. Por eso las personas dejaron de visitar aquel pueblito donde vivía Stella, por eso y porque cuando a Stella le molestaba algo no lo dejaba descansar, entonces, Stella por las noches, en los campos de la escuela bailaba con las luces, enormes flamas que volaban de aquí para allá quemando lo que tocaban, y las cogía con sus manos, quemándose a sí misma y gritando con una voz infernal, despertando a todos en el pueblo e incluso en los pueblos vecinos, haciendo llorar a los niños y a los animales temblar. Así duraba toda la noche, hasta que amanecía en el mismo lugar, donde la maleza se marchitaba cuando pasaba y un putrefacto olor salía expelido por cada lugar. Entonces, ya siendo mañana, Stellita iba a su casa, vieja y destruida desde hace mucho, y alimentaba a su ratoncito, con la carne que había conseguido y su animal comía voraz, devorando cada trozo de esa carne desconocida que le daba su ama, mientras ella se reía y cantaba, cantaba con su voz, ronca y perturbante, y ya los niños no querían ir a la escuela, porque sabían que Stellita tenía ganas de jugar. Y en la escuela, todos los niños (porque si alguno faltaba, Stella, como era tan buena, lo visitaría al final) se sentaban petrificados en sus sillas, apretando con fuerza sus pupitres y rezándole a un Dios, prohibido por la niña, que los salvara o por lo menos tuviera de ellos misericordia. Y Stella llegaba, nuevamente tarde, y se paraba frente al maestro esperando su regaño, y él la miraba con los ojos entrecerrados, tratando de alejar el tronco, porque las piernas ya no podía. Y Stella se acercaba lentamente, mirándolo con sus pupilas negras y vacías y posaba una mano sobre el maestro y ya todos sabían que deberían esperar que alguien más viniera a enseñar, porque la piel de su profesor se agrietaba y, él, se desmayaba y Stella reía por el profesor y sus ocurrencias. A la hora del receso, ¡POR DIOS!, todos los niños corrían, como jugando a 'la lleva' y la que la llevaba era Stella, y los pequeños solo podían correr como corre alguien perseguido por el diablo y es que no era distinto, porque ellos lloraban y gritaban aterrados, maldiciendo el lugar donde nacieron, maldiciendo sus existencias. Y las madres lloraban, porque sabían que, depronto, sus hijos no volverían a comer con ellas. Mientras en el pueblo gritaban "Dios, Dios, se amable con nosotros". Cuando la campana sonaba, todos caían rendidos en el suelo, porque Stella siempre era la primera en clase, pero otros recordaban que eran del curso de ella, y rogaban por alguien que los matara, porque era mejor ser matado por una persona y no por la niña aquella. Pero, como no había maestro, horas sin clase era lo que aquel curso tenía (que variaba todos los años y en el que Stella era la que decidía en cual estaría), y entonces Stella, Stellita, comenzaba con sus bromas usuales y tomaba a algún compañero de la cabeza y lo levantaba mientras reía, ya luego todos solo podían gritar a coro y con sus voces cansadas y destruidas: "Stella, Stella, tú siempre tan malvada...ya mátanos a todos"... Y entonces, tras esa larga mañana, Stella salía de la escuela preparada para seguir con su juego, porque hoy nadie se iba a la casa a almorzar y a hacer las tareas, esas eran sus palabras y nadie, ningun ser, podía negarlas. Y entonces, todos corrían, tratando de esconderse, pero eran como las usuales mariposas, perseguidas por Stella hasta detrás de la colina, incluso hasta detrás de la montaña, donde eran comidas vivas, por la hambrienta Stella sin alma. Y, hubo quien una vez trató de salir del pueblo, pero Stella, que era más rápida que nadie, lo perseguía hasta donde el fugado podía y lo tomaba de ambas manos, y de ambas piernas, hasta que solo el tronco movía. Así era Stella, pero ella lo cuidaba, con muchos caldos de carne, que quien sabía de donde venía. Una vez, en una de esas tardes, la niña Azucena se metió a la iglesia, pensando que no la cogería y a la otra mañana ya estaba en su casa tomando aguapanela fría. Desde entonces, todo el pueblo se agrupaba en la iglesia, el único sitio que detestaba Stella, no siendo por Dios, sino por como olía, hasta que una vez se cansó la pequeña y cantó a grito herido "¡Entonces, casita quemada!", y todos corrieron despavoridos a buscar el fuego, porque sabían que Stella no era una que jodía, y los santos se quemaban y la cruz se quemaba y el atril se quemaba, y ahí estaba Stella, corriendo junto a todos mientras reía. Ya nadie sabía qué hacer más que esperar. Por eso bloquearon el pueblo, porque aunque les asustaba, nadie quería morir. Vivir con Stella, aún así era vivir. Aunque aguantaran sus caprichos, su voz, sus gritos y todos esos monstruos con los que vivía. Todos pensaban, que algún día, Stella dejaría de ver las luces por la noche y ya, después de tantos años, tras tantas vidas perdidas, Stella, Stellita, por fin, en paz descansaría.

viernes, 21 de junio de 2013

Yuri...

En brazos...

Las polillas se refugian cuando hay lluvia.

Llovía con furia del otro lado del cristal. Un ruido constante y muy suave relajó mi mente y me hizo apoyar la cabeza contra el vidrio que tenía al lado. Mis ojos, por más fuerte que fuera la tranquilidad que sentía se quedaron mirando hacia afuera, perdiéndose en lo que ocurría: una escena típica de los meses de lluvia en Bogotá.
Esta era, el rio de gente con paraguas oscuros que iba hacia el mismo lado. Era demasiado enorme y pretendía desbordarse de la acera en cualquier momento sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo. Todo esto observaba mientras estaba sentado en esa cómoda silla.
Yo los notaba a todos ellos, pero ninguno de ellos denotaba mi actitud, nadie se molestaba en devolverme la mirada, vaga y aburrida. Más sin embargo eso no me molestaba, no hubiera querido que fuera de otra manera.
Traté de mirar hacia otra parte, desviar mi visión hacia algo un poco más fugaz, que se prestara para producir un gusto efímero y olvidable; pero me era imposible, no era como si no me pudiera mover, solo que todo estaba lleno de estas personas con paraguas oscuros que mantenía mi atención sobre ellos.

Cerré mis ojos y giré mi cabeza, esperando que la oscuridad me dejara pensar en otra cosa, pero seguía siendo imposible. El paso fluvial de la gente bajo la lluvia quedaba en mis párpados como las manchas aparecidas tras ver fijamente una luz. Entonces, abrí los ojos (la nariz apuntaba hacia el lado opuesto del cristal de mi lado) y quedé sorprendido de que también hubiese esa cantidad tan enorme de personas moviéndose hacia la misma dirección, con sus sombrillas color negro y gris. Pero, como algo que antes no había aparecido ante mí, vi la figura de una pequeña niña en los hombros de un hombre. Vestía una chaqueta impermeable de color amarillo, contrastando con el gabán negro de cuero que tenía el adulto.
Estaban, la niña y el tipo, permanentemente inmóviles, interrumpiendo el movimiento constante en el que se encontraban las demás personas en todo momento. Ellos seguían así, el adulto de pie, bajo la tempestuosa borrasca, la niña sobre él mirando hacia todos lados como esperando la llegada de algo.
Pensé que apartar la mirada de aquel par sería imposible por ser tan únicos en medio de lo demás, pero a diferencia de lo ocurrido con el imperturbable rio de personas con sombrillas en el cristal del lado de mi asiento, pude mover mi cabeza y comenzar a mirar hacia otros lados.

Alcé la mirada y vi varias lucecitas, bastante pequeñas, quizá del tamaño de una oreja, pegadas al techo. Eso también hizo que cayera en cuenta que me encontraba en un sitio cerrado. Seguí mirando hacia otros lados pero solo veía manchas de color vinotinto y blanco. Un cansancio enorme poseyó mi cuello, siendo que la única solución para aliviarlo fue recostar mi cabeza de nuevo contra el cristal. No quería ver el rio de gente con paraguas de nuevo, así que cerré los ojos, pero no pude.
Algo pasmaba mis sentidos y los volvía torpes en algunos momentos y agudos en otros. Mi vista se nublaba, escuchaba cada una de las gotas que caían tras el vidrio. Estaba sudando como si me moviera por lo que todo el olor a sal llegó a mi nariz y en mi lengua se concentraba el sin sabor de la saliva. Me sentía flotando, y mis músculos se movían casi por cuenta propia, por lo que terminé espantando polillas imaginarias que revoloteaban a mi alrededor.
Por eso, mi cuello comenzó a girar sin sentido, bamboleándose hasta quedar de frente al lado en el que se veía a la niña y al adulto. La vista se nublaba y luego dejaba de nublarse pero siempre tenía la figura de ambos, ahora notaba que me estaban mirando, en mi cabeza. La niña me sonreía con dientes en punta mientra me saludaba y el adulto se acercaba a mí atravezando las paredes y la coraza de metal que me cubría. Comencé a respirar rápidamente y el corazón me latía a gran velocidad. Traté de levantarme pero las piernas no me dejaron. Mis ojos estaban muy abiertos y se concentraban en la pareja, que seguía la una sobre el otro, acercándose lentamente. Escuché como reía la niña y el hombre decía, como en un murmullo, "pobre, pobre, pobre."

Frenó de repente y me estrellé contra el puesto de adelante, ya casi llegaba a mi parada. Me bajé y salí a la lluvia potente, mientras me resguardaba en un paradero. No me fijé, pero justo al lado, una niña de chaqueta amarilla, sonriendo y mirando a la nada, junto a su padre, de gaban negro de cuero.

miércoles, 19 de junio de 2013

I

La mano de Dios me ha guiado
aunque esto no dure para siempre
llegará el momento en el que
tenga que irse de mi lado.

En ese momento espero
que fuerzas ya tenga
en mis propias piernas
para seguir caminando.

La mano de Dios me abandona
a la interperie tormentosa
donde las bestias devoran
mi carne con sus garras.

Que siga protegiéndome
de esto nada es seguro
la mano de Dios no me cubre
¿Por qué estoy llorando?

Ah, claro, esto ya lo esperaba
lo pensé mientras miraba
al cielo
rodeado de nubes, luego de estrellas.

No rehusé la mano divina
porque sé que la necesitaba
solo se fue de repente
apartando la esperanza.

Confiar en dios no sería sensato
si tuviera un corazón más fuerte
pero como soy débil, soy ignorante,
a la mano de Dios, sigo aferrado.



jueves, 13 de junio de 2013

Los huesos

Por qué había un arrume de huesos en el centro de la plaza, era el tema de conversación en todos los almuerzos de los estudiantes durante esa semana. Cómo aparecieron, de dónde, de quién eran. Preguntas variadas que nadie respondía más allá de las bromas, de las historias sobre grupos armados de hace décadas y el esoterismo más cruento e imaginativo posible. Aún así, los huesos estuvieron allí y todos fueron testigos de ellos. Creo que eso pasó un jueves, después de semana santa, en el que en medio del suelo de ladrillos, aparecieron sin más, enterrados a medias, los huesos humanos de alguien. Y no eran huesos de mentira, eran huesos en todo lo posible de la palabra, bastante reales, blancos como el marfil (aún pasados los días, seguían igual de impecables) y colocados al azar por quien sabe quién.

Obviamente, las autoridades aparecieron sin la discreción necesaria y cercaron aquel pequeño trozo del lugar con cinta amarilla de peligro; por más que se le decía a todos que siguieran avanzando, la multitud impidió que se atravezara la plaza central de un lado a otro sin recibir un empujón. Todos querían ver, confirmar con certeza, que los huesos estaban ahí. Y lo consiguieron, ya no había nadie en el campus que no supiera por lo menos una de las historias alrededor de eso. Eso el primer día.

Al fin y al cabo, pasaron las semanas y aunque el tema aún era recurrente, ya no era novedoso, por lo que se dejó de lado poco a poco, quedando los huesos como un ícono más de la universidad; hasta que un grupo de trabajadores, contratados por la misma universidad, vino a retirar (con todo y suelo) la osamenta enterrada. Pero, lo que no veían venir, era que un grupo de intelectuales se reuniera rodeando los huesos e impidiera retirarlos de ahí. "Son los huesos del Ché, que se aparecieron ahí para inspirar la revolución estudiantil" pregonaban a gritos. Hubo quienes los apoyaron, hubo quien se burló de sus palabras hasta las lágrimas. Lo cierto es que, al final, los huesos desaparecieron como llegaron, llevándose la parte de cemento donde habían estado clavados. Ahora, solo queda un agujero.

miércoles, 2 de enero de 2013

Page No Naka De

Intérprete: nano.RIPE
Album: Plus To Minus No shikumi (2012)
 Género: Indie/J-Rock

Canción: Page No Naka De (Dentro de las páginas)


Aquí la letra en romanji...

tobikon’da hon’ no sukima ni ibasho ga aru you na ki ga shiteta
monogatari no ketsumatsu wa kesshite yasashikunakatta no ni
Hundiéndome en los espacios entre las páginas de este libro,
 me sentí como si hubiera encontrado el lugar al que pertenezco
Aunque sabía que al final, la historia podría no ser amable

PAGE wo mekuru no wa dare? mioboe no aru te no hira
yake ni saki wo isogu you ni mieru no wa boku ga oikaketeru kara?
Quién es el que pasa la página?
 Esa es una mano que reconozco...
Es el motivo por el que el ritmo está adelantado? 
porque ¿Estoy trás ello?

tsumetai ame ga futta kuusou no machi ni tsunagatte
karada ga hieteyuku
Inmersa en esta ciudad de fantasía en medio de una fría lluvia
Comienzo a temblar

samishiku nattan’da atarimae ni boku mo hitotsubu futatsubu kokoro ni ochiteyuku
mizutamari de hanete SLOW MOTION ni naru sore wo nagameteta
Ahora estoy sola...Entonces comienzan a caer, 
una gota y luego otra, lágrimas sobre mi corazón
Chapoteando en los charcos, mientras veía todo en cámara lenta

gaitou ga tomorihajimete shinobiyoru yami ni toketa koe wa
dare ni mo todokazu ni kieru nani mo nakatta ka no you ni
Como las farolas de la calle comienzan a iluminar, 
se arrastra una voz fundida en la oscuridad
Desapareciendo antes de que pueda encontrar a alguien, 
como si nunca hubiera existido en primer lugar.

ano toki otoko no ko ga waratta furi de
naiteita wake wo shitteru no wa
Recordando el tiempo cuando 'Él' pretendía reir
Sabía por qué Yo había llorado...

kasanatte mietan’da atarimae ni boku to hitotsubu futatsubu hoho wo tsutatteyuku
kieteitta kotoba wa boku dake ga shitteiru waratte naiteita
Me vi a mi en Él... Entonces en un momento juntos,
 una gota y luego otra, lágrimas caían por nuestras mejillas
Solo yo sabía las palabras que había borrado, y entonces reí, y lloré

samishiku nattan’da atarimae ni boku mo
mizutamari de hanete SLOW MOTION ni naru
Ahora estoy sola... y estoy también...
Chapoteando en los charcos... Todo está en cámara lenta

hitori ja nakattan’ da atarimae ni boku mo hitohira futahira page wo mekutta
saigo no hitohira ga ketsumatsu wo tsugetara subete tsunagatta
No estoy sola... En un momento, una página y luego otra, la
Cuando busqué el final de la página y encontré el final de la historia, todo se juntará

boku no te ga mekutta boku no monogatari da
boku no te ga mekutta boku no monogatari da
Esta es mi historia, una que cambié con mis propias manos..
Esta es mi historia, una que cambié con mis propias manos...



nano.RIPE es un grupo de Indie Rock japonés que se ha posicionado como una banda marcada. Su popularidad ha aumentado gracias a haber hecho los openings de Hanasaku no Iroha (hana no Iro, Omokage Warp, Saibou Kiouku), Sanakarea (Esoragoto), Jinrui Wa Suitai Shimashita (Real World), Bakuman III (Moshimo no Hanashi). Pero con todo esto aparte, los ritmos de las canciones son buenos y el nivel de técnica músical es bastante alto...O promedio para los japoneses...
Como sea...Una de mis bandas favoritas desde que la escuché, con muchísimas canciones excelentes, y con letras bastante 'genki' (enérgicas)...