Llovía con furia del otro lado del cristal. Un ruido constante y muy suave relajó mi mente y me hizo apoyar la cabeza contra el vidrio que tenía al lado. Mis ojos, por más fuerte que fuera la tranquilidad que sentía se quedaron mirando hacia afuera, perdiéndose en lo que ocurría: una escena típica de los meses de lluvia en Bogotá.
Esta era, el rio de gente con paraguas oscuros que iba hacia el mismo lado. Era demasiado enorme y pretendía desbordarse de la acera en cualquier momento sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo. Todo esto observaba mientras estaba sentado en esa cómoda silla.
Yo los notaba a todos ellos, pero ninguno de ellos denotaba mi actitud, nadie se molestaba en devolverme la mirada, vaga y aburrida. Más sin embargo eso no me molestaba, no hubiera querido que fuera de otra manera.
Traté de mirar hacia otra parte, desviar mi visión hacia algo un poco más fugaz, que se prestara para producir un gusto efímero y olvidable; pero me era imposible, no era como si no me pudiera mover, solo que todo estaba lleno de estas personas con paraguas oscuros que mantenía mi atención sobre ellos.
Cerré mis ojos y giré mi cabeza, esperando que la oscuridad me dejara pensar en otra cosa, pero seguía siendo imposible. El paso fluvial de la gente bajo la lluvia quedaba en mis párpados como las manchas aparecidas tras ver fijamente una luz. Entonces, abrí los ojos (la nariz apuntaba hacia el lado opuesto del cristal de mi lado) y quedé sorprendido de que también hubiese esa cantidad tan enorme de personas moviéndose hacia la misma dirección, con sus sombrillas color negro y gris. Pero, como algo que antes no había aparecido ante mí, vi la figura de una pequeña niña en los hombros de un hombre. Vestía una chaqueta impermeable de color amarillo, contrastando con el gabán negro de cuero que tenía el adulto.
Estaban, la niña y el tipo, permanentemente inmóviles, interrumpiendo el movimiento constante en el que se encontraban las demás personas en todo momento. Ellos seguían así, el adulto de pie, bajo la tempestuosa borrasca, la niña sobre él mirando hacia todos lados como esperando la llegada de algo.
Pensé que apartar la mirada de aquel par sería imposible por ser tan únicos en medio de lo demás, pero a diferencia de lo ocurrido con el imperturbable rio de personas con sombrillas en el cristal del lado de mi asiento, pude mover mi cabeza y comenzar a mirar hacia otros lados.
Alcé la mirada y vi varias lucecitas, bastante pequeñas, quizá del tamaño de una oreja, pegadas al techo. Eso también hizo que cayera en cuenta que me encontraba en un sitio cerrado. Seguí mirando hacia otros lados pero solo veía manchas de color vinotinto y blanco. Un cansancio enorme poseyó mi cuello, siendo que la única solución para aliviarlo fue recostar mi cabeza de nuevo contra el cristal. No quería ver el rio de gente con paraguas de nuevo, así que cerré los ojos, pero no pude.
Algo pasmaba mis sentidos y los volvía torpes en algunos momentos y agudos en otros. Mi vista se nublaba, escuchaba cada una de las gotas que caían tras el vidrio. Estaba sudando como si me moviera por lo que todo el olor a sal llegó a mi nariz y en mi lengua se concentraba el sin sabor de la saliva. Me sentía flotando, y mis músculos se movían casi por cuenta propia, por lo que terminé espantando polillas imaginarias que revoloteaban a mi alrededor.
Por eso, mi cuello comenzó a girar sin sentido, bamboleándose hasta quedar de frente al lado en el que se veía a la niña y al adulto. La vista se nublaba y luego dejaba de nublarse pero siempre tenía la figura de ambos, ahora notaba que me estaban mirando, en mi cabeza. La niña me sonreía con dientes en punta mientra me saludaba y el adulto se acercaba a mí atravezando las paredes y la coraza de metal que me cubría. Comencé a respirar rápidamente y el corazón me latía a gran velocidad. Traté de levantarme pero las piernas no me dejaron. Mis ojos estaban muy abiertos y se concentraban en la pareja, que seguía la una sobre el otro, acercándose lentamente. Escuché como reía la niña y el hombre decía, como en un murmullo, "pobre, pobre, pobre."
Frenó de repente y me estrellé contra el puesto de adelante, ya casi llegaba a mi parada. Me bajé y salí a la lluvia potente, mientras me resguardaba en un paradero. No me fijé, pero justo al lado, una niña de chaqueta amarilla, sonriendo y mirando a la nada, junto a su padre, de gaban negro de cuero.
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